ISHTAR YASIN GUTIÉRREZ
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A la memoria de Jocelyne Saab

11/1/2019

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“La verdadera tumba de los muertos está en  el corazón de los vivos. “ Jean Cocteau
                                                                                                                                                                                                                                              
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Jocelyne Saab filmando “El barco del exilio”, 1982.
Llegué al Líbano, a presentar la película “Dos Fridas” en junio del presente año, en el festival de Trípoli. Hacía 10 años no regresaba a ese país del cuál guardo la memoria de una persona excepcional, amiga, hermana, reportera de guerra, cineasta, artista, Jocelyne Saab.
 
Camino por Beirut, por la gran avenida frente al mar y es muy triste sentir el vacío, un vacío que nunca podrá llenarse y que revive a cada paso, en cada cosa que miro, porque ella, Jocelyne, me mostró esta ciudad y es a través de sus ojos que la conocí.
 
Con Jocelyne Saab nos encontramos la primera vez en Francia, en Biarritz, el 2008, cuando fuimos invitadas por Pierre-Henri Deleau al país Vasco, como jurados en aquel palacio construido por Napoleón III, frente al Atlántico. Las  olas enormes golpeaban los muros, por momentos parecía que navegábamos en un barco en altamar. Desde que nos vimos con Jocelyne surgió una conexión profunda y nació una entrañable amistad.
 
Meses después, me invitaron a presentar la película “El camino” en el Festival Internacional de Cine de Damasco. Me quedé entonces en la casa-galería de mi tía, la gran pintora Nawal Al Sadoon. 
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Ishtar Yasin, Jocelyne Saab y Jacques Bouquin en la Casa- Galería en el Antiguo Damasco, de la pintora Nawal Al Sadoon.
Joselyne estaba filmando en el Líbano y vino a Damasco con el fotógrafo francés Jacques Bouquin para proponerme actuar en una película suya, inspirada en su propia vida, llamada "Le rouge et le blanc".
Jocelyne Saab nació en 1949, una fecha muy importante en la historia áraba contemporánea, el año de "Nakba", "La Catástrofe", que llevó a 300.000 palestinos a dejar sus tierras y refugiarse en Jordania, Siria y Líbano en el momento de creación del "Estado de Israel".
Joselyne fue autora de impresionantes películas, pionera del nuevo cine libanés, consecuente con sus ideales,defendió la causa palestina. Realizó documentales sobre la guerra de Egipto, Kurdistán, irak, Irán, Siria, Golán y Líbano.
Su primera película de ficción "Una vida suspendida", se estrenó en la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes, (1984). En el 2006, estrenó la película "Dunia" en el Festival Internacional de Cine de Sundance.
De Damasco a Beirut
Unos meses después de nuestro encuentro, me encontraba en el antiguo Damasco, cuando llegó un taxi que me recogió en casa de mi tía Nawal y partí hacia Beirut.
Tuve la alegría de participar en una película fantástica llamada "What´s going on?", dirigida por Joselyne. Interpretaba a una viuda en el "bosque sagrado de los cedros milenarios" donde nació Khalil Gibrán, y cantaba una canción en náhuatl que aprendí de una obra de Frida Kahlo, un lugar mágico, con nieve en la cima de las montañas, y al fondo, el mar.
PictureDurante el rodaje de “What's Going On?" en las montañas del Líbano.




Cuando terminó el rodaje filmamos algunas secuencias de la nueva película “Le rouge y le blanc” en las ruinas de una iglesia cristiana. Interpretaba a una mujer vestida de rojo, abandonada en el altar, afuera se escuchaban los bombardeos, y la mujer enloqueciendo, dejándose caer en un camino de pétalos rojos.
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Fotograma de “Le rouge et le blanc”.
También filmamos en un Hamam antiguo en Trípoli, donde la mujer caminaba descalza, con rabia y dolor, bajo los rayos de la luz que entraba a través de vitrales de colores azules y amarillos. El agua purificadora de las fuentes aplacaba el fuego del cuerpo.
 
Y otra secuencia donde la mujer se desempeñaba como directora de un film con grandes actores Libaneses: Raia Haidar y Nasri Sayegh. La película era sobre la propia vida de Jocelyne Saab y para mí era una responsabilidad y un honor muy grande poder interpretarla. 
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Fotografía de Jocelyne Saab del rodaje “Le rouge et le blanc”, Trípoli.
​Y una noche, después de ir juntas a una elegante cena, con posibles patrocinadores para la película, donde había un sarcófago original a la entrada de la casa y una esfinge en el jardín, fuimos a un estacionamiento. El cuidador nos miraba con curiosidad pues andábamos a pie. El espacio era grande, así lo recuerdo.
         
Entraste Jocelyne a ese lugar, caminaste hasta detenerte de pronto y con lágrimas me dijiste:
 
-Aquí estaba mi cuarto. Aquí mi cama y una ventana que daba al jardín.
 
Seguías caminando, reconociendo el espacio, yo te seguía. Y continuaste diciendo: 
 
-Aquí era la sala de la casa. Era muy elegante,  había tapices antiguos y unas ventanas en lo alto. Teníamos un tocadiscos y escuchábamos música con mi padre, un aventurero.
 
-¿Dónde vive tu padre? Le pregunté con firmeza.
 
Y ella dijo:
 
-Aquí había tesoros de sus viajes a Camboya... También un sarcófago...¡con una momia adentro!
 
-Y ¿qué fue lo que pasó?, le pregunté con firmeza.
 
-Mi padre murió.
 
Respondió seria.
 
-Yo era su preferida… A mi madre nunca la veo… Me la imagino allí, sentada, con su bastón, muy seria. 
 
Jocelyne siguió caminando por el parqueo. El cuidador nos miraba de lejos.
 
Y ella continuó:
 
-¡Aquí estaba la cocina! Me gustaba comer aquí. A principios de los años 80, durante la guerra, mi casa fue bombardeada por la armada israelí. La vi ser devorada por el fuego. 
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Jocelyne Saab durante el rodaje de la película “Beyrouth, ma ville”
Pensé entonces en la impresionante película “Beyrouth, ma ville”  de Jocelyne Saab, donde ella camina entre las ruinas de la casa, una imagen fantasmagórica, una película memorable de la historia y del cine.
 
Nos abrazamos y Jocelyne me dijo emocionada que teníamos que filmar esa escena; que mi personaje regresaba al parqueo y revivía el pasado en su casa desaparecida y evocaba su vida “suspendida”.
 
Iniciamos con Jocelyne una colaboración en el guion, y le conté mis propios secretos, sentimientos íntimos que entraron en su historia y fueron material vital para la creación del personaje. Era maravilloso conversar con ella, como iba encontrando los sentimientos, la mirada, la estética, siempre con sencillez y honestidad.
 
Y durante la búsqueda de financiamiento, fuimos a dar con un empresario de vinos libaneses. Era un señor de unos 78 años, con un inmenso viñedo. Le contamos de la película, el hombre era además catador de vinos, y nos llevó por un largo tour.
 
Caminamos entre pasillos por decenas de bóvedas cubiertas de barriles y botellas de todas las edades, hasta llegar a la cava más antigua. Él catador se detuvo frente a unas botellas con telarañas y abrió especialmente dos: una de vino blanco de cuarenta años y otra de tinto, también de 40 años. El sabor era muy especial, aún había dulzura, arisco y penetrante, hasta el día de hoy lo recuerdo. El empresario catador nos hablaba del vino como si se tratara de una hermosa, profunda e interesante mujer.
 
Nos hizo una seductora demostración, lanzando el vino en un fino chorro a través de sus dientes separados y nos habló del sentido de la vida o más bien de su propia vida. Al final, aparte de los placeres de Baco, no nos dio ni un centavo para la película. Creo tenía demasiada compostura, una elegancia que encubre el miedo, y bien sabemos que las brujas han sido creadas por hombres temerosos.
 
Después Jocelyne intentó buscar el financiamiento para terminar la película, pero lamentablemente no pudo lograrlo. Ella misma dijo en una entrevista que le habían cerrado las puertas.Es una injusticia que una realizadora tan extraordinaria no haya sido apoyada como merecía.
 
Años después nos encontramos en su apartamento de Saint-Germain-des-Pré y conversamos de nuestras experiencias, nuestras luchas, sueños y los amores. Me mostró su último trabajo fotográfico, con imágenes impresas en lonas de plástico de los refugiados sirios en el Líbano.
 
 
Recuerdo también esa cena en su casa, con sus grandes amigos, discutiendo sobre la diferencia en francés del significado de la palabra “fantasme” y “fantome”. En español tenemos solo una palabra. Jocelyne estaba emocionada trabajando en un documental que quería realizar en Japón. 
 
El ultimo día que nos vimos, justo en un restaurante japonés, estábamos las dos vestidas de blanco, y hablamos de la posibilidad de terminar “Le rouge et le blanc”. Esa vez sentí que no, ya no creías que sería posible. Me dijiste: “Algún día ese material que filmamos, tendrá sentido”.
 
Este párrafo lo elimino en su totalidad: Sé que nunca te rendiste Jocelyne, hasta el final, siempre luchando, resistiendo. Tus películas, que son más que películas, perduran, como un documento que aun sangra y palpita en la memoria de los tiempos.
 
Camino por las calles de Beirut y hay un vacío. Quisiera regresar el tiempo atrás. Veo los nuevos edificios y otros que están en construcción. Recuerdo la película “El sabor del cemento” y ese vacío continúa, como si el tiempo no siguiera, como si alguna ola hubiera borrado los trazos. El mar se ve apagado. Una palomita se posa a mi lado e imagino que eres tú.
 
Busco la ruleta rusa que siempre veíamos y las calles de un bar llamado “El Bardot”. No encuentro nada. Es imposible llegar a los mismos lugares. Entonces te busco adentro y, estás viva.
 
 
 
Ishtar Yasin
Líbano, 2019
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La catedral sumergida

8/27/2015

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Cuando llegué a Moscú recuerdo el viaje en autobús y por la ventana, los abedules. Estaba oscuro pero se veían claros y para mí, me imagino también para los compañeros de viaje, eran la entrada a un bosque nuevo.
Nos dejaron en el gran hotel “Universitiet”. Teníamos  muchos orígenes: latinos, africanos, árabes y asiáticos. Era como estar en una torre de Babel. Recuerdo la ventana en la habitación, era del tamaño de la pared. Desde lo alto los edificios dominaban el paisaje y en la memoria esa imagen me aparece de color sepia.
Al día siguiente arrastraba la maleta detrás de una rusa muy seria, casi indiferente. Se notaba que cumplía con la obligación de llevarme a algún sitio. Hacía frío y me cubrí con un poncho peruano que llamaba la atención. Por momentos recuerdo que el paisaje se veía gris, con colores opacos y tristes. Era el fin del otoño.
La mujer se detuvo frente a un edificio de cinco pisos que parecía una caja de música. Se escuchaban decenas de melodías a la vez, con distintos instrumentos musicales y estilos. Era la residencia estudiantil del Conservatorio Tchaikovski. Allí viví durante un año, mientras estudiaba el idioma ruso.
Recuerdo que la residencia estaba frente a un jardín infantil que a su vez estaba al lado de una casa de reposo o clínica psiquiátrica. ¡Muy oportuno! Pensarán algunos… ¿Te acuerdas de aquel violinista argentino a quien se le paralizaron las manos y solo tuvo que cruzar la calle?
Y una tarde, Fernando, un buen amigo de Costa Rica, estudiante de clarinete, me invitó a un concierto en el Conservatorio de Moscú. 
Bajamos del trolebús, y caminamos hacia la calle Bolshaya Nikitskaya, hasta llegar al Conservatorio, un edificio del siglo XVIII, que fue la mansión de un aristócrata ruso.  En la entrada vimos la estatua de Tchaikovski, cubierta por una falda de nieve. Motivo de risas secretas y maliciosas entre algunos estudiantes. ¡Ah, esos latinos! ¡Se ríen de todo!
Un tumulto de gente corría y se amontonaba al lado de la puerta del “Gran Auditorio del Conservatorio de Moscú”. Había estudiantes de todo el mundo, pero sobre todo soviéticos; algunos con personalidades raras o excéntricas, otros con intensos mundos interiores. Dicen que el carácter del músico depende del instrumento que ejecute y ¡es cierto! (para entender mejor ver  “Ensayo de orquesta” de Federico Fellini).
Le pregunté a Fernando: ¿Quién era el artista? Y él me dijo un nombre que nunca había escuchado. Era un músico ruso que siempre daba conciertos sorpresivos; además fue alumno de este conservatorio y también maestro.
Un grupo de estudiantes empujaba la puerta y nos unimos al tumulto. Entramos al largo corredor con columnas y paredes amarillas. Una acomodadora del teatro nos  dirigió hasta el segundo piso. 
Nos sentamos en el balcón en primera fila y quedamos en silencio, todavía sin creer tanta suerte. Alrededor los murmullos y en las paredes retratos de compositores rusos. En el escenario un antiguo órgano de madera y bajo una luz cenital, el piano negro de gran cola.
Ultima llamada. Las butacas se oscurecen y se hace un completo silencio. Aparece un hombre bajito, de cabello gris, anteojos, que sin perder la concentración se detiene al lado del piano y saluda al público. Estalla una ovación y él saluda con sobriedad y se sienta en el banquito forrado de terciopelo. 
El silencio es distinto. Es parte de la misma música. Primero me impacta la fuerza, la precisión, la capacidad de crear intensidades y luego llegar a la suavidad, a lo casi imperceptible. Cierro los ojos.
Al salir del teatro nos alejamos hacia una calle solitaria y nos quedamos largo rato caminando, sin hablar. Luego nos dimos un fuerte abrazo. Era un acontecimiento que nos  había transformado.
Fernando me dijo: Lo que acabas de escuchar son las sonatas de Hayden y “La catedral sumergida” de Debusy. Y el intérprete, para que no lo olvides, se llama Sviatoslav Richter.
Al año siguiente, en 1986, Richter partió a Siberia en una gira y dicen que dio alrededor de 150 recitales. Llevaba su propio piano y tocaba en pueblos remotos donde no había una sala de conciertos. Pero cuentan también que él prefería tocar en salas oscuras, donde apenas se ilumina con una lámpara la partitura, para que los espectadores no se distraigan con los gestos o expresiones del pianista.
Y caminamos hacia la residencia estudiantil. En lo alto, con fondo rojo, un cartel gigante de Vladimir Lenin. La oscuridad del camino, la luz de los abedules, el hielo frágil, resbaladizo, peligroso; abajo el agua helada del río. El sonido de los pasos en la nieve, el aire frío, Los graznidos de los cuervos, la respiración que se vuelve nieve.

Ishtar Yasin
México, agosto, 2015.


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Coatlicue

6/26/2015

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    “El ser humano se vincula a través del mito 
con el mundo y el misterio…” Carl Jung


La razón de venir a vivir a México, hace tres años, fue la necesidad de escribir el guión de la película “Dos Fridas”. También tuve la posibilidad de trabajar en la propuesta, nutriéndome de la cultura, la vida cotidiana y las expresiones artísticas.  
En el año 1993, cuando presenté en Costa Rica una obra que escribí, dedicada a Frida Kahlo, asistió Martha Zamora, biógrafa de la pintora mexicana y autora del libro “El pincel de la angustia”. En ese entonces ella me contó sobre la existencia de una enfermera costarricense, Judith Ferreto, quien cuidó a Frida en sus últimos  años de vida.
Poco después tuve la oportunidad de actuar en el antiguo edificio del hospital inglés, donde Judith por primera vez vio a Frida en 1949. Esto lo recuerdo por la importancia que ese evento tuvo para mí, pues desde ese día imaginé a Judith caminando por los pasillos y ella pasó a ser parte de mi mundo imaginario.
Más tarde, me reencontré con una amiga , Li Sáenz, y para mi sorpresa, ella me contó que Judith Ferreto fué su tía, a quién cuidó en Costa Rica, en sus últimos años de vida.

La racionalidad mítica

Como parte del proceso creativo de “Dos Fridas” he intentado comprender la cosmovisión de los pueblos antiguos de México y su pensamiento mítico. Ellos partían de la observación de un fenómeno natural y lo convertían en un mito. Este nos trasmitía de una forma simbólica un conocimiento científico y al mismo tiempo, más allá de una explicación lógica y racional, algo que surgía de nuestro instinto, de los sueños, pues estaban en contacto directo con el inconsciente.
Los pueblos indígenas se encontraban sumergidos en el ambiente de los mitos, que son sueños colectivos y además, de allí nacían los ritos que daban sentido a la existencia. El ser humano era servidor de las deidades y su ayudante en la tarea de sostener al orden cósmico, gracias al cual existe la comunidad y existe él mismo.
 La unidad cósmica determina la concepción artística y se manifiesta a través de fuerzas ocultas mítico-mágicas. Las fuerzas ocultas son incorpóreas, inespaciales e intemporales. El pasado, presente y futuro se funden en una unidad. Hay una fantasía formal, no narrativa. Siendo el elemento decisivo,  el ritmo, sin principio, sin fin y sin meta. Invocación, anhelo de conjuro, oración.
Como un principio esencial en la conformación de esta racionalidad mítica está el dualismo. Este rige la concepción del arte, de los dioses, de la naturaleza. Es al mismo tiempo muerte y renacimiento, atracción y repulsión.  Es la unidad de la contradicción. La dualidad se manifiesta en las obras, no son unívocas, pueden ser una y muchas al mismo tiempo: blanco y negro, positivo y negativo; siempre es dualidad. Ometecuhtli y Omecihuatl son dos deidades que conforman una sola deidad. Es la fuerza de lo masculino y lo femenino. Encarnan el dualismo rector de todo el universo.
Edmundo O'Gorman dice que no hay limitaciones. El mundo mítico tiene una fluidez que le es esencial y que autoriza todas las fusiones.
Y afirma Paul Westheim “He aquí el problema estético del racionalismo artístico donde las concepciones metafísicas tienen que ser representadas con recursos realistas o ilusionistas. El arte clasicista se empeña en que hasta lo divino se vuelva “verosímil”, para los que carecen de capacidad imaginativa. El criterio de la verosimilitud es absurdo y es tan absurdo aplicarlo al arte prehispánico como a cualquier creación visionaria, no realista. …”
Recuerdo los escritos de maestros como Antonin Artaud o Jersy Grotowski, quienes se inspiraron justamente en esta percepción de la vida, en una búsqueda artística y mítica,  aprendiendo los ritos de culturas ancestrales: los derviches danzantes, el kathakali, el teatro balinés, el vudú y claro,  la cosmogonía de los pueblos indígenas de Mesoamérica.

Y así, me inclino con asombro ante el monolito de la diosa Coatlicue.

Ishtar Yasin
México, junio, 2015
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El caballo negro

6/15/2015

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Sobre el rodaje de la película de largometraje “Luna llena” en Alma Ata, Kazajistan.
Gracias a la directora Naana Chankova y al actor Victor Xaptaxanov, hace pocos días recibí una copia de la película “Luna llena”, la cuál no había visto, y que protagonicé en Kazajstán en 1989, el mismo año en que se organizó por primera vez una gran protesta contra la URSS debido a las pruebas nucleares.
Yo era amiga de Leila Axinyanova, guionista que estudiaba también en el VGIK (Instituto de Cine de Moscú), y fue ella quien me invitó a participar en el casting de esta película que en parte se inspiraba en la vida de un amigo en común: Alberto Bolaños, talentoso director de cine colombiano que fue asesinado por la mafia rusa en los primeros y violentos años del gobierno de Boris Yeltsin y la transición del sistema socialista hacia la economía de mercado.
La película “Luna llena” fue filmada en cine, por la gran directora de fotografía Tatiana Loginova, en la capital Alma Ata, muy cerca de la frontera con China. Puedo distinguir hoy en la imagen el color verdoso propio de la película soviética y también el hecho de que los personajes, aun siendo de Asia central, hablan en ruso, el idioma impuesto por la Unión Soviética.  
Mi personaje (Aia), era de una estudiante de América Latina, que vivía en Moscú,  y que viajaba a Kazajistán en busca de un amor perdido. Allí encontraba a una bruja (Mintan Kimpir) que le traspasaba sus poderes mágicos y la liberaba de las pasiones humanas… Cuando filmamos, hacía pocos meses que había nacido mi hija Alondra, teniendo yo 20 años de edad.
De los días del rodaje guardo recuerdos imborrables. Nos fuimos a las afueras de Alma Ata y paramos en un pequeño pueblo donde había solo una tienda con algunos vestidos típicos del lugar y un hombre que no hablaba ruso, pidió mi mano, y a cambio ¡ofreció todo lo que había en la tienda!
Llegamos a un valle con cañones y quebradas. El paisaje era impresionante, con esas enormes rocas de formas fantasmales que fueron creadas por el agua, el viento y la erosión durante millones de años.  Más me impresionó cuando dijeron que en lo alto de la montaña, se podía divisar la ruta de la seda y la gran República de China.
Vivíamos en una cabaña que nos prestaron los habitantes del lugar con coloridas alfombras tejidas a mano y las paredes de barro, cubiertas de cal. Al lado había una yurta hecha con fieltro y pieles donde dormían los otros miembros del equipo.
No teníamos ni agua, ni electricidad. Había una planta eléctrica pero solo se ocupaba para el rodaje. Nos bañábamos en el río entre serpientes negras que me asustaban, y con las que tuvimos que aprender a convivir. Y una hermosa perra llamada Shara.
La actriz co-protagonista de la película, que interpretaba a Mistan Kempir (la bruja mayor), Olga Enzak, era una hermosa mujer de más de 70 años, quien nos contó que se había hecho famosa ya en la madurez. Era alegre, con un rostro surcado por arrugas que parecían caminos, siempre con buen humor y sabiduría. Recuerdo que se alegraba cuando venía un nuevo visitante y le daba la bienvenida al “viejo de barba blanca”. Yo no entendía de quien hablaba hasta que me di cuenta que ese viejo ¡era una botella de vodka!
Por las noches el cielo estaba tan claro, con infinidad de estrellas y por primera vez descubrí la Vía Láctea, tan cercana, que me daba la ilusión de alcanzarla con la mano. Cada noche nos acostábamos en el pasto para contar estrellas fugaces que se convertían en deseos.
Recuerdo un día en que no tenía llamado y subí a lo alto de un cerro y con asombro descubrí que un caballo negro galopaba mientras un pastor lo perseguía con una cuerda. Y detrás de un monte aparecieron otros caballos salvajes, pero esta vez eran domesticados por los jinetes. Solo recuerdo que el caballo negro pudo escapar y lo perdí de vista. Pero no podía dejar de pensar en él,  en que ojalá conservara su libertad.
Otro día fui a caminar y me encontré a un pastor con un rebaño de ovejas y, muy cerca de una cabaña donde las mujeres preparaban el pan en un gran horno de barro,  encontré ¡cientos de plantas de marihuana salvaje! Y un joven desde la casa se reía de mi asombro y otro hombre, su padre, llevaba en brazos a un cordero y, ¡lo sacrificó frente a mi! Con un gran cuchillo le cortó el cuello y lo dejó desangrarse sobre la tierra.  
Esa misma tarde fuimos invitados a casa del poblador que preparó un banquete. Nos sentamos todos en círculo sobre la alfombra, frente a la gran bandeja y una decena de botellas de vodka. Era un regalo para los participantes de un rodaje en donde siempre hubo alegría.
Recuerdo el rodaje de la escena en que nos encontrábamos con Mistan Kempir y ella con sus poderes me adormecía. Pero justo cuando llegaba ese momento estallábamos en carcajadas y el equipo ya estaba impaciente, pero nosotras, no podíamos parar de reír.  
Yo había buscado en revistas de brujería algún hechizo que pudiera aprenderme de memoria para el momento de la transformación del personaje. En esa época andaba fascinada con la historia de las brujas y de la magia.  Aprendí a leer el Tarot, aunque en realidad, yo misma me inventé un método y recuerdo que predije el futuro ¡a casi todos los participantes! El futuro está en los ojos, en la mirada, y lo mas interesante es que ese futuro, al ser consciente, ¡puede cambiar!
Ver esta película hoy, la cual no pude ver estando allá, por la disolución de la Unión Soviética, una gran ola que nos separó y alejó casi para siempre. No existía en ese momento “Internet” y perdí la comunicación con todos los amigos participantes. Verla hoy ha sido un fuerte impacto y por momentos me parece como si no fuera yo, como si fuera otra vida, lejana,  que hoy regresa… En una escena de la película leo mi futuro en las cartas y hoy, después del 20 años, conozco ya parte de ese futuro que intentaba predecir…
El territorio de Kazajstán fue históricamente habitado por tribus nómadas hasta que en el siglo XIII Genghis Khan lo invadió. En la década de 1930, muchos escritores, pensadores, poetas, políticos e historiadores kazajos fueron asesinados bajo órdenes de Joseph Stalin, con el objetivo de suprimir la identidad y la cultura kazaja. En 1936 la República Soviética Socialista de Kazajstán se volvió parte de la Unión Soviética hasta que en 1991, se declaró un país independiente.
Kazajastan es un lugar adonde quiero regresar. Tengo una historia guardada desde entonces, se llama “El zorro plateado”, ojala un día podamos realizarla y ver al caballo negro, galopar en libertad. 
Ishtar Yasin
México, junio, 2015.

https://vimeo.com/130479283




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